4 de enero de 2024

Luz roja de otoño. Kuolleet Lehdet.

Mirar una película es un acto imparcial, disfrutarla es un hecho subjetivo. Yo he disfrutado la última película del finlandés Aki Kaurismäki, Kuolleet Lehdet (también conocida como “Hojas de otoño” o “Fallen Leaves”).

La trama sigue a Ansa, una mujer soltera que trabaja en un supermercado, y Holappa, un solitario trabajador de la construcción, al que le gusta beber. 

Una historia actual, moderna. Ansa vive en un diminuto apartamento de una gran ciudad; Holappa duerme en un barracón de metal cerca del curro. Los dos sobreviven enlazando trabajos de baja estopa, todos ellos con contratos basura. A ambos les cuesta comunicarse con su entorno.

Una noche, accidentalmente, se encuentran. Intentan construir una relación afectiva, pero varios contratiempos, algún malentendido y el alcohol hacen difícil la continuidad a la relación.

La película está construida como un melodrama que retrata, con honestidad y cariño, los conflictos internos de personajes de clase trabajadora. Recordemos al maestro Douglas Sirk, «El melodrama tiene que producir ante todo emociones, más que acciones. Sin embargo, la emoción es una suerte de acción, es una acción en el interior de una persona

Una película hecha con personas, con luz, flores, con las cosas que hace que la vida valga la pena ser vivida. Curioso, se agradece encontrarse una cajera y un albañil como sujetos con sus conflictos internos; cuando la pantalla siempre está llena de protagonistas como ricachones, escritores de éxito, profesores universitarios, cocineros de éxito, etc.

La situación cronológica de la película, parece transcurrir en un pasado retro: el apartamento, el bar, los teléfonos, las ropas. Pero, la actualidad irrumpe en ella cuando se enciende la radio que no deja de numerar los muertos en la última batalla de la guerra de Rusia contra Ucrania. Y es más real cuando los encargados, capataces y guardas de seguridad son tan actuales como los que te puedes tropezar en la compra del súper el fin de semana. 

El tempo con el que se nos cuenta la historia es lento. El ritmo pausado se muestra en los encuadres y las interpretaciones. Como, por ejemplo, ese bar en el que los parroquianos no mueven una ceja mientras una máquina de discos hace sonar el Mambo Italiano cantado en finés. Locales habitados por clientes sentados y sujetados a sus bebidas, en los que nadie baila. Lo comentaba un compañero, los personajes parece que no actúan, representan ciudadanos a los que, de alguna manera, la vida les ha pasado por encima.

Algunas cosas que me han gustado:

  • La planificación del director, encuadres minimalistas, sobrios, pero nunca ausentes de significado.
  • La puesta en escena, «El decorado es una expresión de la gente que está en él; lo mismo que la gente es una expresión del decorado»:
    • El trabajo con el color
      • Ese contraste entre el verde y el rojo en el vestuario del supermercado. Rojo del uniforme y las taquillas contra el verde de los abrigos de las trabajadoras 
      • El verde perla apagado por el gris claro del uniforme de trabajo del protagonista.
      • La casa de ella, con esos armarios rematados en rojo, el sillón y la diminuta cama con colcha roja.
    • El modelo de aparato de radio, antiguo, que vomita novedades sobre la Guerra de Ucrania. 
  • Las referencias cinematográficas 
      • Una referencia Hable con ella de Almodóvar. Cuando él entra en coma y acaba bajo los cuidados de ella.
      • La cartelería en la puerta del cine.
      • La película de zombis Los muertos no mueren, dirigida por Jim Jarmusch con Bill Murray, Adam Driver.
      • El explícito final, para un amante del cine, en el que los protagonistas caminan con Chaplin.

Para los tristes de corazón, nacidas del dolor y vestidos de desilusión, uno de los temas musicales de Hojas de otoño.

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