La sala era pequeña, estaba llena y la mayoría de los espectadores en edad de tener nietos. La película Mi querida ladrona (La pie voleuse), dirigida por Robert Guédiguian es una gran historia. Narra las aventuras y desventuras de una mujer que trabaja en ayuda a domicilio y hace pequeños robos a los jubilados para alquilar un piano con el que su nieto aprenda música.
Guédiguian siempre nos lleva por caminos no transitados en el cine, especialmente en la ciudad de Marsella, que no es solo un telón de fondo, sino una protagonista más. Con personajes soñadores llenos de generosidad y de ternura que, en su día a día, viven con sus contradicciones y su humanidad.
Un guion escrito entre dos amigos Robert Guédiguian y Sergi Vallety está muy bien trazado. Tiene muchas tramas que se entrecruzan y se enriquecen entre ellas. Unos personajes dotados de aristas, incertidumbres y llenos de corazón y solidaridad.
Los actores, esa tropa de amigos recurrente en toda su filmografía, compones papeles creíbles. Ya los conocía como personajes de otras películas, pero pasados pocos minutos del visionado de esta urraca ladrona se hacen con el papel. Y al instante ya son: el marido mecánico de motos, el anciano profesor en silla de ruedas o la asistenta personal de los jubilados Y todos interpretes e interpretados habitan ya, como ciudadanos, en las empinadas calles de Marsella.
La estética visual del film, el color de la historia tiene un "tono azul mediterráneo"; no en vano el mar aparece como fondo en muchos planos, Esta paleta cromática en la luz y en la puesta en escena le da calidez y naturalidad a los personajes.
Quizás sea necesario hablar también hoy aquí de la familia —o mejor dicho, de las familias—, con su mayor o menor solidaridad hacia los viejos, de los cuidadores que se esfuerzan por atender a los ancianos y de la incertidumbre que rodea al amor sagrado en la pareja. En el cine europeo, la ejemplaridad de la familia clásica —padre, madre e hijos— suele cuestionarse: incluso los finales felices y optimistas como el de esta película. La mayoría de estos finales tienden a ser abiertos, poniendo en duda el modelo tradicional idealizado por el cine con estilo, hollywoodense más convencional.
Es otra película que nos muestra la cara humana de la ciudad de Marsella, esa que no vemos en los periódicos ni en los informativos de la televisión. Guédiguian siempre consigue que sus personajes sean cercanos humanos, Logra que yo piense en esa ciudad imaginaría que él recrea en la gran pantalla. Son muchas las películas suyas sobre los ciudadanos de esta urbe, tantas que han creado en mi imaginario una ciudad idílica, y posible, y en la que uno querría pasar unos días. Sin embargo, no hay agencia de viajes que venda estos billetes; solo se puede visitar en la oscuridad de la sala de cine. Y espero con ilusión los billetes para el próximo viaje a la ciudad que me proponga este director francés.
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