El lobo de Wall Street una buena película de cine. La historia no es nueva, el punto de vista es lo más nuevo, nos cuenta como un corredor de bolsa se hace y deshace a sí mismo. Woody Allen nos habló de la mujer del bróker y su enfermiza realidad; aquí conocemos el punto de vista masculino del corredor de bolsa y su entorno dominado por el dinero, el sexo y las drogas.
Aunque ayer y hoy donde de verdad están estas historias es en los periódicos: financieros que venden preferentes a sus clientes, financieros que viajan a Suiza con regularidad, financieros que engordan empresas en bolsa para luego dejarlas caer, etc.
El director nos tiene cerca de tres horas metidos en una yincana de imágenes de dinero, sexo y drogas. El contenido nos es familiar las formas de contarlo son muy personales. La estructura narrativa es moderna y muy actual. Avanzamos y retrocedemos en el recorrido temporal de la historia al antojo del director, sin seguir la linealidad temporal de los acontecimientos. Construida con una mezcla de estilos visuales inusual en el cine (publicidad, documental, reportaje, anuncio de televisión local, etc.).
El director tiene una forma muy personal de planificar, la cámara nos cuenta la historia colocándose, con sentido, en lugares nada convencionales.
El director incluye en la historia el anuncio de la empresa de corredores de bolsa con una factura de gran producción publicitaria, un león paseando por la moqueta de la oficina.
Incluye un anuncio de producción y factura estética pobre igual que los que emiten las emisoras locales de televisión, en el que los corredores de bolsa interpelan directamente a cámara, en plano medio y con el teléfono sobreimpreso en pantalla.
El protagonista habla en primera persona cuando lo requiere el director y mira a cámara como si se tratase de un reportaje de callejeros o de españoles por el mundo.La cámara asume puntos de vista y encuadres originales. La secuencia en la que las drogas provocan una parálisis cerebral en el protagonista y este, con todas las facultades mermadas, tiene que bajar una escalera está muy bien diseñada. La escalera se convierte en un obstáculo insalvable cuando la cámara a adopta el punto de vista del protagonista y parece una ridícula escalera cuando la observamos con un plano objetivo.
La secuencia en la que la mujer le dice con voz infantiloide que no hay más sexo en esa casa para el padre me parece brillante. Localizada en la habitación de la niña, comienza la planificación con la cámara situada en lugares ortodoxos, los clásicos planos contra plano que refuerzan el diálogo entre los personajes, y termina colocando la cámara a ras del suelo, debajo de la pierna de ella. No conforme con ese punto de vista próximo a la entrepierna, el director propone uno más obsceno todavía, el que muestra la escena vista por la cámara de seguridad a los guardas de la casa.
Y como ejemplo de plano para recordar aquel que nos ofrece el trasero de una mujer visto desde el lugar en el que la espalda empieza a perder su santo nombre.
La película da para más comentarios, el montaje nos propone ritmos acordes con la vorágine de dinero drogas y sexo que describe a los protagonistas de la historia. La descripción sonora y visual de los efectos de las drogas resulta convincente y nos introduce en las percepciones del entorno que tienen los personajes de la historia.
Estas cosas son las cosas que me han resultado más recurrentes en este visionado de fin de semana. Una historia muy actual en la que los protagonistas pueden ser los mismos que los que llenan las páginas de los periódicos del fin de semana. En la película las cosas son más convencionales: el héroe vuelve a casa en metro con la entrepierna sudada y un traje que no se ha cambiado en tres días y el villano acaba penando en la cárcel. En los periódicos, en el día a día no se sabe con claridad el destino de uno y otro.
El director es el maestro Martin Charles Scorsese. En sus películas podemos disfrutar de la historia que nos cuentan y podemos disfrutar también de cómo se han contado esas historias. Martin ha escrito una carta a su hija en la que le habla sobre el futuro del cine y le aconseja que no tome atajos que resultan espejismos infructuosos y que siempre debe poner el alma en su trabajo.
Pero con toda la atención que se está depositando en la maquinaria de la creación de películas y en los avances que nos han llevado a una revolución cinematográfica, hay que recordar una cosa importante: las herramientas no hacen la película, la haces tú. Es liberador coger una cámara, empezar a rodar y juntarlo todo con Final Cut Pro. Pero hacer una película, la que tú necesitas hacer, es otra cosa. Y ahí no existen los atajos.
Las películas las hacen las personas. Una película de Scorsese siempre será una película de autor.
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